“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga.” Cada Pasionista hace un voto especial, una promesa solemne, un juramento sagrado de pasar su vida honrando y promoviendo el recuerdo de la Pasión de Cristo. Ellos hacen esto recordando el sufrimiento y muerte en la Cruz como Jesús mismo nos recuerda: “hagan esto en memoria mía.” Esto está en el corazón del carisma de los Pasionistas. Es su compromiso mantener viva la memoria de la Cruz en la profundidad de sus corazones y hacer lo que esté en su alcance para recordar a los demás el gran amor y sacrificio que nos ha redimido y nos ha traído el regalo eterno de la salvación. El emblema del hábito es apropiadamente llamado el “Signo”: una cruz sobre un corazón y dentro del corazón las palabras: “La Pasión de Jesucristo.” La visión de San Pablo de la Cruz, fundador de los Pasionistas fue que la Pasión de Cristo sea recordada por todos. Que estuviese siempre en nuestros corazones. De este modo, nunca nos olvidaríamos “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él.” La Cruz es el signo y símbolo máximo del profundo amor que Dios tiene por su pueblo. El problema es que nuestros corazones se distraen fácilmente. Nuestros corazones a menudo están divididos. Fácilmente nos olvidamos de la Cruz. Fácilmente nos olvidamos de Dios. Fácilmente nos olvidamos de lo que Dios ha hecho por nosotros para salvarnos, para amarnos, para sanarnos y para traernos a casa. Traicionamos el amor de Dios tan fácilmente en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, en lo que hemos hecho y en lo que hemos dejado de hacer. Lo traicionamos cuando usamos nuestras palabras para maldecir a otro en lugar de extender una bendición. Traicionamos a Dios cuando usamos nuestros pensamientos para derribar a la gente en vez de fortalecerla. Traicionamos a Dios cuando usamos nuestros ojos para lujuriar en lugar de contemplar. Traicionamos a Dios cuando usamos nuestros oídos para chismear en lugar de escuchar los dulces sonidos del silencio sagrado. Traicionamos a Dios cuando usamos nuestros cuerpos para placer en lugar de usarlos para orar y alabar y adorar. Mantengamos nuestros ojos fijos en la Cruz y dejemos que nuestros corazones siempre estén poseídos por ella. “Que la Pasión de Cristo esté siempre en nuestros corazones.” Padre Iván
Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario