“Gusten y vean la bondad del Señor.” La Liturgia de las Horas, también conocida como el Oficio Divino, es como reza la Iglesia siempre, como se prepara para compartir las gracias de la Misa, como alaba a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La palabra “Liturgia” implica que lo que se está celebrando está conectado con la Misa y el Sacramento, la Alabanza y la Adoración, el Espíritu y la Canción. La liturgia es quien somos, lo que somos y para lo que fuimos creados. Como creación de Dios, somos sus amados hijos creados para honrarlo y adorarlo en todas las cosas y en todas formas. Es tan importante para el alimento espiritual de nuestro peregrinaje terrenal y la salvación de nuestras almas que la Santa Madre Iglesia requiere que los ordenados a las Órdenes Sagradas o a profesos como Religiosos Consagrados hagan un voto y hagan una promesa de rezar la Liturgia de las Horas a lo largo del día hasta la noche. Alabado sea nuestro asombroso Dios por enseñarnos como rezar y por darnos los medios, el método, las herramientas, la manera de entrar más espiritualmente, religiosamente, reverentemente en su sagrada presencia y por permanecer con él en la Santa Comunión. Los Salmos juegan un rol clave en la Liturgia. Ellos ofrecen la oportunidad de reflexionar en Dios, de hablar con él, de cantar sus alabanzas, de escuchar su voz. Cantamos, alabamos, Dios habla, nosotros escuchamos. A menudo pienso y me sorprendo de cómo el Salmista nos invita a degustar primero y luego ver la bondad del Señor. ¿No se supone que debe ser al revés? ¿No vemos primero con nuestros ojos lo que estamos a punto de comer y después degustar si es bueno o no? Desafortunadamente, nos hemos vuelto tan ciegos por nuestra pecaminosidad. Nuestros ojos se han cansado y oscurecido, nuestra visión se ha hecho borrosa y empañada, nuestra visión está errada y mal dirigida. No podemos ver claramente lo que realmente estamos comiendo. Vemos pan y vino en vez del banquete y el festín que misericordiosamente se prepara delante nuestro para alimentar nuestros espíritus y nutrir nuestras almas. Como resultado de nuestra mala conducta y diabluras, a través de nuestros malos comportamientos y travesuras, en nuestros errores y fechorías, nuestra fe y nuestra creencia han sido atenuadas y oscurecidas. No somos capaces de primero ver las cosas buenas que Dios ha hecho por nosotros. No somos capaces de ser consumidos por su bondad. Ahora debemos tomar a Dios primero en su Palabra y a través de sus Sacramentos para poder degustar el amor y compasión de Dios, su gracia y misericordia, su perdón y paz y luego ver que él es infinitamente bueno. Padre Iván
Vigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario