“¿Qué pueblo ha oído sin perecer, que Dios le hable desde el fuego, como tú lo has oído?” Siempre estoy tan agradecido cuando Dios me permite encontrarlo en el profundo silencio de mi corazón, en la suave tranquilidad de mi entorno, en la quietud de mi pobre alma. El mundo se apaga, deja de existir y solo existo yo, pero por un breve y fugaz momento: ahí está Dios, ahí estoy yo, no hay nada más, solo Dios, solo yo. Escucho el pequeño susurro de la voz de Dios. Llama mi atención, capta el momento, agita mi corazón. El intercambio mutuo de una mirada penetrante, el deseo de ser conocido, la esperanza de ser amado hace que un océano de lágrimas llene mis ojos, ocasionan una tormenta en la habitación, inundan mi pobre alma con el dulce rocío del gozo celestial mezclado con el dolor terrenal. Entonces Dios habla una o dos palabras y repentinamente todo lo que necesito es dado, la verdad divina es entregada, divina misericordia es ofrecida, el amor divino se derrama. Y en un breve momento cuando las palabras ya no son necesarias, puesto que no le agregan nada a la belleza o grandeza de Dios, solamente nos mueven desde el corazón a la mente, desde la experiencia a un pensamiento, desde el sentimiento a la memoria, desde un encuentro a una distracción, Dios provee un vislumbre de el Cielo y nos provee con el portal a su corazón. ¿No quieres entrar? ¿No quieres buscar este momento con Dios? ¿Tu corazón no anhela tan siquiera por un minuto o un momento fugaz con Dios? ¿Estás dispuesto a esperar pacientemente por el susurro de la voz de Dios aunque te tomes 5 minutos de oración, 10 minutos de silencio, 15 minutos más, incluso si no llega rápidamente? ¿Estás dispuesto a buscar a Dios con una intención buena y santa, con un corazón sincero y contrito, con una alma pobre o regocijante, con un deseo de una santa comunión ante la posibilidad de escuchar la voz de Dios darte la respuesta a tu oración, o proveerte con una palabra de bendición o de aliento, o una causa de esperanza o gozo, o simplemente decir “te amo “ o “te perdono?“ El tiempo de oración puede por momentos parecer seco, desolado, inútil, infructuoso, sin novedad y tal vez incluso una pérdida de tiempo. Pero al final, ¿no vale la pena, todavía, saber que estás realmente en la presencia de Dios? Dios nos ha dado las palabras que capturarán su corazón, su oído, su atención. Él está realmente escuchando y tiene algo que decir. ¿Tienes un momento disponible? Padre Iván
El Cuerpo y la Sangre de Cristo