“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.” El diccionario define espíritu como algo que es vital y la principal fuerza motriz dentro de algo vivo. En términos de vitalidad, el espíritu es necesario y absolutamente necesario porque realiza una función esencial y vital en el cuerpo vivo. Sin el espíritu, una cosa viva no puede funcionar por sí misma y se quedaría sin vida. En términos de relevancia, el espíritu es el elemento principal, maestro y más importante en un cuerpo vivo. Dirige y anima al cuerpo vivo dándole cualidades realistas – puede vivir, moverse, respirar. Pienso que eso mismo es cierto y puede ser dicho del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es la fuerza vital y esencial en nuestro cuerpo. Nos infunde vida. Nos mueve, nos instruye y nos guía. Nos ayuda a vivir para siempre. Pero a diferencia de cualquier espíritu, el Espíritu Santo es una persona, una persona real, la tercera persona de la Santa y Bendita Trinidad. Y aunque el Espíritu Santo no puede ser visto por el ojo humano, Él puede ser visto, escuchado y experimentado a través de los ojos y oídos de nuestro corazón, así como a través de una sólida fe y una creencia inquebrantable en Dios, a través de una obediencia amorosa y una entrega pacífica a la voluntad del Padre, a través de la oración en silencio e inquebrantable confianza en Cristo y a través de una apertura genuina y un abandono total a la guía e inspiración del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un regalo de Dios. El regalo prometido que nos enseñará e instruirá en el Camino de Cristo y nos recordará a todos lo que él enseñó y dijo a sus discípulos. Se nos recuerda que en el infinito amor y misericordia de Dios hacia su creación especial, el descendió del cielo para guiar a sus hijos y estar con ellos siempre pero rechazaron su amorosa invitación. Luego, en el infinito amor y misericordia del Padre, el envió a su Hijo Jesús para mostrar al mundo la extensión del amor de Dios por nosotros – sólo mira a la Cruz. Aunque esta vez la invitación de Dios fue rechazada por algunos, fue amorosamente aceptada por muchos. Después que Jesús regresó al Cielo él envió al Espíritu Santo para santificar nuestros corazones y consagrarnos en la Verdad – Dios realmente nos ama y desea estar con nosotros siempre. Pero si queremos estar con Dios, debemos cooperar con su Espíritu y permitirle que nos vacíe, nos sane, nos renueve, nos llene y nos inflame con el fuego de su Santo Amor. “Ven, Espíritu Santo, ven!”  Padre Iván