“Amados, ahora somos hijos de Dios.” El término “amado” es uno que en mi viaje espiritual, me ha tomado un tiempo considerable para comprender, para escuchar, para recibir, para aceptar, para creer. Es una palabra que puede ser difícil de decir. Un nombre que puede ser desafiante de escuchar. Una frase que parece ser inalcanzable. Una posibilidad que nunca se puede realizar. Pero el plan de Dios es que todos lleguemos a conocer, a creer y a experimentar el amor que él tiene por cada uno de nosotros: un amor que es personal, íntimo, sincero, intencional. ¿Qué significa ser “amado”? Desde la perspectiva de Dios, quien es la fuente en la que que todo amor – verdadero, santo y puro – se origina, de donde fluye y que continuamente nos alimenta y sostiene; ser “amado” de Dios es ser el centro de su atención, el pensamiento constante en su mente, el precioso objeto de su afecto, la hermosa niña de sus ojos, el ardiente deseo de su corazón. Ser amado por Dios es permitir a Dios que sea quien es: Dios es amor y nosotros también. Ser amado por Dios es permitirle a Dios ser quien él es y ser quien él nos ha creado para ser, porque él es amor y nosotros somos sus amados. Entonces cuando el Discípulo Amado dice a nuestros corazones, “Amados, ahora somos hijos de Dios” ¿qué significa eso? ¿qué te dice a ti? Pienso que es grandioso que Dios me ama y que ahora me ha hecho su amado hijo, pero eso plantea la pregunta ¿hijo de quien era yo antes de ser suyo? ¿A quién le pertenecía? ¿Era de Adán y Eva mis padres de creación? ¿O tal vez de María y José, mis nuevos padres de creación? ¿O tal vez de Iván y Eddy mis padres biológicos? ¿O de Gloria e Israel, mis padrinos? ¿O incluso de Roseann y Jimmie, mis padres espirituales? Ahora que somos hijos de Dios, ¿hijos de quién fuimos antes? La verdad es que fuimos y siempre hemos sido hijos de Dios. Dios nos creó en su amor, nos ayudó en su gracia, nos perdonó en su misericordia, y continúa amándonos en la eternidad. E incluso cuando no podíamos alcanzarlo porque nos habíamos desviado tan lejos de él, aunque no podíamos verlo porque preferíamos la oscuridad, aunque no podíamos escucharlo porque preferíamos otros sonidos y voces, incluso cuando fallamos en amarlo, Dios continúa amándonos; nosotros continuamos siendo amados por él puesto que somos sus amados. “Queridos hijos: Miren cuánto amor nos ha tenido el Padre, pues no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos.” Padre Iván
Cuarto Domingo de Pascua