“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.” Amor verdadero e incondicional, del tipo que es puro y virtuoso, sacrificial y desinteresado, el amor que viene de Dios, el único amor que él puede dar, realmente nos asombra y en ocasiones hasta nos sorprende y nos desconcierta. No porque Dios elija o desea confundirnos o engañarnos. Su amor, a pesar de ser el más profundo, no es complicado, es más bien simplista e inocente por naturaleza. Pero debido a nuestro propio egocentrismo que está profundamente arraigado, somos incapaces de comprender el amor de Dios. Porque somos tan “mi-céntricos”, no podemos entender completamente o comprender el amor total de Dios por nosotros y por tanto, somos incapaces y tal vez incluso no estamos dispuestos a rendirnos, incluso parte de nosotros, a la posibilidad d experimentar el más profundo y maravilloso regalo conocido por toda la humanidad; el mayor regalo otorgado a la humanidad por toda la eternidad: el amor divino de Dios. Es ese tipo de amor que nos deja sin aliento, sin embargo, es el único aliento que deseamos tomar. Es el tipo de amor que es totalmente gratis; no se puede ganar o comprar o intercambiar. Este tipo de amor que siempre vive para el otro. Nunca es egoísta o egocéntrico o interesado. El amor de Dios no hace otras exigencias excepto que si vas a amar como lo hizo Cristo, es decir, con todo su Sagrado Corazón, con cada parte de su Precioso Cuerpo, con la mente del Padre y el alma del Espíritu y tan humanamente como es posible, entonces debemos amar simplemente, libremente y gustosos con todo nuestro corazón, mente, cuerpo y alma y con nuestro propio ser. Debería hacer que nos preguntemos, en serio, ¿Quién puede amar de así? Al reflexionar sobre nuestras vidas, sobre nuestros pensamientos, palabras y acciones y cómo vivimos el regalo de nuestra existencia debería provocarnos a preguntar: “¿Por qué alguien nos amaría así?” “¿Puedo realmente amar así?” “¿Puedo yo realmente recibir un amor así?” “¿Puedo compartir desinteresadamente amor así?” Lo que podría desafiarnos o incluso asustarnos, es que tenemos el poder asombroso aunque aterrador de decirle sí o no a Dios. Para aceptar o rechazar su regalo. Para recibirlo o para rechazar su amor. Para participar en su vida o para rechazar su clemencia. Que poder tan asombroso aunque aterrador, que llega con el regalo del amor. Que podamos recibir más libremente el clemente regalo de Dios esta Temporada de Cuaresma y que en la libertad que Cristo ha ganado por nosotros, compartamos libremente el amor de Dios con los demás. Padre Iván
Cuarto Domingo de Cuaresma