“Escucharé las palabras del Señor, palabras de paz para su pueblo santo.” Ciertamente estamos en el tiempo más atareado del año. Parece que siempre estamos apurados, apurados, apurados y corriendo rápido de aquí para allá. Hay tanto por hacer. Encima necesitamos hacer algo más. Hay cosas por comprar, personas que ver, mensajes que enviar, comida que preparar. Estoy cansado de sólo pensarlo. ¿Qué tal tú? Sabes que Dios proclama paz a su pueblo. ¿Has parado para considerar por un momento cómo podría ser? ¿Cómo se vería la paz, cómo sonaría? ¿Cómo la posibilidad de estar en paz te hace sentir? ¿Quieres paz? ¿Verdaderamente te trae paz esta temporada o estarás más contento cuando termine todo? La Iglesia nos enseña que la paz es lo que necesitan nuestras mentes, lo que nuestros corazones verdaderamente anhelan, el destino final que nuestras almas deberían ser; descanso eterno y perpetuo. Incluso oramos en ciertas liturgias y concluimos ciertas devociones diciendo, “Que la asistencia Divina permanezca siempre con nosotros. Y que las almas de todos los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.” Por tanto anhelamos ahora por la paz de Dios y buscamos tenerla siempre. Por eso es que se nos alienta a enlentecer el paso durante este tiempo y a volver nuestra atención a nuestro interior. Para llegar a ser más reflexivos y para escuchar cuidadosamente lo que está sucediendo en nuestro interior. Para considerar que fuerzas exteriores nos impiden obtener la paz que el Adviento nos ofrece. ¿Entonces estás en paz? ¿Tienes paz en tu mente o tu mente está perdida en compras desenfrenadas o en una búsqueda en línea o estás en la zona de fiestas? ¿Tienes paz en tu corazón? ¿O estás todavía en una guerra con tu vecino o compitiendo por el premio a la mejor decoración o todavía estás indeciso y luchando a quién invitar o no invitar? ¿Tienes paz en tu alma? ¿O estás ignorando a Dios o albergando resentimiento contra ciertos individuos o todavía estás reacio a perdonar a alguien que te ha lastimado? ¿Te traerá paz esto? Te lo debes a ti mismo y al Dios que te ama y anhela darte su paz para apagar el ruido, para silenciar tu corazón, para tranquilizar tu mente y para escuchar a Dios proclamar paz a ti y a su pueblo.
Segundo Domingo de Adviento