“En ti, Señor, he encontrado mi paz.” ¿Qué es lo que añoras, realmente añoras, verdaderamente añoras? ¿Qué es aquello que si te falta no puedes vivir? ¿Qué es lo que busca tu corazón, lo que realmente necesita, lo que realmente espera? ¿Qué es lo que necesitas recibir? ¿Fama, fortuna, estatus, prestigio? Ellos no te llevarán ahí – seguirás anhelando aquello que falta en tu vida. ¿Dinero, prosperidad, larga vida, éxito? Ellos no la pueden garantizar – te dejarán insatisfecho. La paz es algo que todos anhelamos. Buscamos paz, la deseamos, esperamos por ella, la necesitamos. Paz, paz, más paz, paz sin fin, paz siempre. Buscamos esa paz en nuestros corazones, queremos paz interior, anhelamos momentos apacibles – paz, paz, más paz, paz sin fin, paz siempre. Entonces la pregunta es, ¿cómo la obtenemos? ¿Dónde empezamos a buscarla? ¿Cómo podemos aferrarnos a ella? Paz, paz, más paz, paz sin fin, paz siempre. La paz no es algo que experimentamos frecuentemente y para algunos es algo que aparentemente nunca logran. No sabemos cómo se ve la paz ni podemos recordar cómo se siente. Solamente podemos anhelarla, orar por ella, esperar que venga pronto. Algunos pueden preguntar, “¿Que es paz?” – “¿Es realmente posible para mí?” La respuesta es sí. En cada momento puede haber paz – hasta en las decisiones difíciles puede haber paz – hasta puede haber paz a través del día – hasta puede haber paz de por vida. Puede haber paz sin fin de corazón, paz interior, paz en nuestros hogares, paz en nuestro trabajo, gozosa paz en ministerio. Paz, paz, más paz, paz sin fin, paz siempre. Tendemos a pensar en paz como la ausencia de guerra o momentos sin violencia. Sí, debemos orar por eso siempre. pero la paz que pedimos considerar es paz verdadera. La invitación que nos extendió Dios es a paz perpetua; una paz por toda la eternidad. Es la paz que Cristo ofrece a los pobres pecadores. Es la paz que trae el Espíritu Santo. Es la paz dada por el Padre. Es la paz intercambiada por ti y por mí. Es la paz de estar unidos a Dios; dos corazones indivisos, reconciliados, unidos en amor — “Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, danos la paz” – paz, más paz, paz sin fin, paz siempre.
Trigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario