“El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él”. A menudo pienso que puedo ser el único que puede separarme de Dios. De compartir en el amor que tan clementemente derrama de su Sagrado Corazón. Entonces recuerdo, me acuerdo, yo celebro la gracia de Dios, el clemente don de Dios, el amor sacrificial de Dios. No hay nada que Dios no haya hecho para probar su amor por nosotros. Nada que no nos haya mostrado para captar nuestra atención. Nada que no haya compartido para traernos a su corazón. Nada que él no haya dado que no hemos recibido. Oh Señor, ayúdanos a entender que tú nos deseas, nos anhelas, nunca permitirás que nada, ni nadie nos separe de ti y de tu amor. Oh Señor, que nuestra mirada se pose sobre ti, en tu Palabra, en tus Obras, en tu Voluntad. Contemplemos tus ojos y veámonos mientras tú posas tu mirada sobre nuestros corazones. Acércanos, tráenos cerca, hálanos a tu presencia. Deja que tu Corazón hable con nuestros corazones, tu Amor hable a nuestro amor, tu Espíritu hable a nuestro espíritu. Dinos cuanto nos amas y nos deseas. Ayúdanos a escucharlo, a creerlo, a aferrárnoslo. Ayúdanos a saber sin lugar a duda o sin vacilación que tú quieres que estemos contigo siempre. Que ni siquiera la muerte puede separarte de nosotros porque tu amor es más grande que nada que podamos esperar o imaginar. Tu amor es real, tu amor es fuerte, tu amor es dulce, tu amor es gentil, tu amor es hondo, tu amor es profundo, tu amor es eterno. Permite que tu Espíritu gima profundamente dentro de nosotros. Permite que nuestra hambre por ti se profundice, nuestra sed por tu amor aumente. Oh Señor, ayúdanos a más libremente, devotamente y clementemente recibir el regalo de tu amor y recordarlo, celebrarlo, creer que nada puede separarnos de tu amor – ni siquiera yo. Jesús, ven a vivir tu amor dentro de mí. Padre Iván
Sexto Domingo de Pascua