Por: Padre Blake Britton
El ayuno es una de las prácticas más antiguas de la historia religiosa. Durante milenios, ha sido reconocido como un medio para alcanzar la virtud. Sin embargo, en una sociedad dictada por el consumismo y el materialismo, la disciplina del ayuno no es apreciada. La Iglesia Católica es una de las únicas instituciones que enseña el ayuno en el mundo moderno y que defiende su dignidad y afirma su importancia en la vida espiritual. Pues, debemos preguntarnos: ¿Por qué Madre Iglesia es tan inflexible con esta antigua costumbre? San Basilio señala que el ayuno es tan antiguo como la humanidad misma. De hecho, fue el primer mandamiento que los seres humanos recibieron de Dios: “No comerás del árbol del conocimiento del bien y del mal” (Génesis 2:17). En este mandato primordial, Basilio reconoce dos propósitos para el ayuno. En primer lugar, ayuda al alma a adquirir madurez. La falta de disciplina y autocontrol son signos claros de inmadurez. Tomar decisiones sabias y disfrutar responsablemente de la comida, la bebida o las relaciones representa un grave lapso en el desarrollo humano. Practicando el autocontrol regularmente por el ayuno es tan crucial. Recuerde, no es bueno porque la Iglesia lo dice; ¡La Iglesia lo dice porque es bueno! Cuando practicamos abstinencia nos acercamos a la madurez. En segundo lugar, San Basilio dice que el ayuno ordena los apetitos de nuestro cuerpo y alma. “El hombre no vive solo de pan” (Mateo 4: 4). Los seres humanos no son animales. Tenemos apetitos más allá de lo carnal. Nuestras voluntades no son impulsadas por el mero instinto. Se supone que hay una razón más profunda para nuestras acciones. Cuando mi estómago tiene hambre por el ayuno, es un recordatorio del hambre espiritual que experimenta mi alma en cada momento de mi existencia. El alma anhela constantemente para la misericordia y la bondad de Dios. ¿Estamos alimentando este dolor o dejando que nuestras almas mueran de hambre? ¿Estamos alimentando nuestros espíritus con la rica comida de la Eucaristía, el Sacramento de la Reconciliación, la Sagrada Escritura y la oración contemplativa? Sabemos que el ayuno era una parte integral de la vida de Jesús. El Señor pasó cuarenta días en el desierto absteniéndose del sustento mundano. Nada de lo que hace el Señor es casual o imprevisto. Cada evento de su vida nos enseña algo profundo sobre nuestra propia existencia como personas y nuestra vocación como cristianos. En el ayuno de Cristo, vemos una manera de compartir la vida divina de Dios. Al crecer en la moderación de nuestros impulsos inmaduros y nutrir adecuadamente nuestras almas a través del ayuno, seguramente creceremos en intimidad con el Señor que nos ama esta Cuaresma.