“Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor, que se alegre su pueblo al escucharlo.” Una vez en adoración, mientras adoraba y contemplaba al Señor, amándolo y fijando mi mirada sobre el que ya había penetrado mi corazón y mi alma con su asombrosa mirada y me amó primero y muy clementemente me invitó a entrar en su amorosa presencia, yo estaba impresionado por la imagen de la Eucaristía que estaba siendo consumida por el amor de Dios. Estaba cubierta con las llamas del amor eterno de Dios y llena con la gloria de su esplendor y luz. En la comunión espiritual, yo contemplé recibir este precioso don como una semilla y permití que fuera plantando y cultivando dentro de mí. Imaginé el río eterno del amor de Dios que fluía en mí, regando la semilla, nutriéndola y cuidándola. Recé para que Dios permitiera que creciera en mí, que se arraigara en mí, para que la Luz de Cristo que me fue dada en el bautismo continuara ardiendo brillantemente en mí produciendo fruto bueno y saludable que agrade al Padre. El Señor me ayudó a ver que mientras más le permito a Dios consumirme en su amor; cuanto más profundo puede el Espíritu Santo penetrar el centro de mi esencia y de mi ser. Mientras más estoy dispuesto a arder con el amor del Padre, más puede surgir mi verdadera identidad del fuego insaciable; mejor me puedo ofrecer como un don y sacrificio. Me doy cuenta que esto no siempre fue así. Puesto que una vez estaba perdido y ahora me han encontrado, fui ciego pero con la gracia de Dios, ahora veo. Aunque se me dio visión espiritual en el bautismo, el pecado nubló la Luz y caminé en oscuridad, perdido y vacío. Desafortunadamente, la condición humana está plagada por el pecado y la tentación. Buscamos la felicidad en los lugares equivocados. Buscamos algo que no sea la fuente de bondad y santidad para refrescarnos y hacernos verdaderamente felices. Buscamos otras cosas para traernos gozo y felicidad solo para descubrir que nos dejan vacíos, todavía anhelando, todavía buscando. Pero gracias a Dios, él desea refrescarnos apagando nuestra sed con su amor y presencia. Él desea limpiarnos, lavar nuestros pies, purificar nuestras mentes, limpiar nuestros corazones. Él desea librar nuestras almas para que el río del amor de Dios pueda nuevamente fluir en nosotros por su Sagrada Eucaristía. Entonces, ponte en un lugar donde Dios te pueda encontrar y luego deja que te ame. Padre Iván
Trigésimo Domingo del Tiempo Ordinario