“Cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva.” Mientras consumimos la Sagrada Comunión y mientras la Sagrada Comunión nos consume, debemos detenernos, poner nuestras manos sobre nuestros corazones y meditar sobre este maravilloso milagro y contemplar este gran misterio de la gracia redentora y santificadora de Dios. Jesús entra en nosotros actualmente y verdaderamente, voluntariamente y sin reservas, trayendo con él toda su gracia y bendición, gloria y misericordia, sanación y paciencia, perdón y paz – luego permanece en nosotros y con nosotros, derramando su abundante gracia, entregando su amor y misericordia insondable. Él trae su luz y amor, esperanza y sanación, alimento y fortaleza. Mientras Jesús entra en nosotros, nosotros entramos en Jesús y en el Corazón del Padre cada vez más personalmente, íntimamente y profundamente. Permanecemos en él y él permanece en nosotros. Mientras contemplamos este gran misterio de fe, esperanza y pura devoción, debemos detenernos, poner nuestras manos sobre nuestros corazones para poder acercarnos cada vez más a este don, a este maravilloso don, a el mayor milagro que se ha vertido en nuestros corazones como alimento y bebida espiritual que nos nutre eternamente. Debemos aprender a cómo orar. Debemos aprender a cómo orar más. Debemos aprender a cómo orar mejor. Debemos querer orar más – más reverentemente, más devotamente, más amorosamente, más confiadamente, más de todo. La oración es el maravilloso don de Dios. Él verdaderamente se inclina para escucharnos, para estar con nosotros, para darnos lo que necesitamos. A través de la oración, nos convertimos en Hijos de Dios, Templos del Espíritu Santo, Tabernáculos de su Santa Gloria. A través de la oración somos bendecidos, sanados, amados, consolados, perdonados. A través de la oración, somos capaces de obtener nuestro más profundo deseo de realizar el destino de nuestra vida – Sagrada Comunión con Dios. A través de la oración nos convertimos en el precioso don que en realidad y verdaderamente recibimos – Jesús. La Misa es la oración más increíble de todas. Imagina por un momento, si puedes, que Dios nos ama principal, verdadera y realmente en la Misa. Considera esto, la próxima vez que recibas la Sagrada Comunión, toma un momento de santo silencio para meditar en el milagro que acabas de recibir. Pon tus manos sobre tu corazón. Dirige toda tu atención e intensión al precioso don fluyendo tan libremente dentro de ti. Imagina, el Sacratísimo Cuerpo y Sangre de Jesús, real, actual y verdaderamente fluyendo a través de ti. Dios está en ti. Medita en este pasaje de las escrituras: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí.” El Camino al Padre es Jesús. El Camino al Padre es la Sagrada Comunión. El Padre nos ama en la Eucaristía. Padre Iván
El Cuerpo y la Sangre de Cristo