“Recuerden que cuando estaba todavía en Galilea les dijo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado y al tercer día resucite.” La Pascua de Resurrección nos recuerda el anhelo paciente del Padre, su profundo deseo de Sagrada Comunión con su preciosa creación, del amor sufriente que ha causado la victoria sobre nuestra muerte y el perdón y la paz ganados para nuestra libertad. Estamos gozosos porque somos amados tan incondicional y eternamente. Cuando Jesús entró en Jerusalén, voluntariamente entró en su Pasión, al Camino de la Cruz, al sufrimiento y en la muerte para poder entrar más plenamente en nuestros corazones, en nuestras mentes, en nuestras almas, en nuestro ser y acercarnos más a él y unirnos a todo lo que él dijo e hizo para que podamos entrar más plenamente en su gran deseo de salvar y amar a toda la humanidad. La Cuaresma y la Semana Santa nos invitaron a entrar más profundamente  al pesar que fue tan real para Jesús. Fuimos acogidos en su duelo y sollozo y sufrimiento para poder conmemorar con la Iglesia Universal la Pasión de nuestro Señor, su gracia salvadora, nuestra salvación. Fuimos animados a entrar más profundamente en todo lo que Jesús experimentó para que nuestros corazones se conmuevan y nuestra fe se profundice, nuestras almas se sanen y nuestra esperanza crezca. En el ayuno, aprendimos a tener hambre de Dios solamente, a ayunar de nuestros deseos corporales, de los pensamientos impuros, de los placeres humanos y a morir a nosotros mismos, a negarnos a nosotros mismos y a anhelar, a tener sed y a vivir solo para Dios. En la caridad, aprendimos a cargar nuestra propia cruz y a ayudar a otros a cargar la suya. A darle a Dios lo que le agrada más que nada: un corazón contrito, un corazón puro, un corazón limpio, un corazón amoroso. En la oración, aprendimos a dedicar más tiempo de tranquilidad y silencio con Dios, a tener una relación con él, a compartir la intimidad con él. Aprendimos que no podemos simplemente meditar en la Pasión del Señor, pero que debemos experimentar, participar y entrar en ella. Debemos ser más fieles en seguir a Jesús en el camino a Jerusalén porque nos lleva a nuestra salvación. Debemos más que nada desear una correcta relación con Dios. Para entrar en la presencia de Dios, para entrar en su corazón, para compartir en su paz por toda la eternidad. Este debe ser el anhelo más profundo del corazón. Por lo que oramos para que con Jesús y por él podamos entrar más plenamente en el Misterio de su Pasión y Muerte para que podamos celebrar y participar en su gozosa y gloriosa Resurrección. Padre Iván