“Que se cumpla lo que deseas.” Recuerdo los días de mi juventud, en que me dijeron y condicionaron a creer y considerar una mejor vida – una vida que sería más fácil, más rica – toda con respecto a mí. A menudo escuchaba a mis amigos hablar de un día tener una casa grande, un trabajo presuntuoso y conseguir un auto veloz. Sus esperanzas y sueños se convirtieron en lo que yo más desearía. Como niños, frecuentemente jugamos a: “¿si tuvieras tres deseos; qué desearías?” Mi respuesta siempre fue la misma. Yo desearía riqueza y poder y tres deseos más para poder tener más riquezas y más poder y más deseos. A medida que maduré en mi espiritualidad, llegué a comprender que estos son los medios, los modos, los métodos, con que el Diablo nos distrae, nos separa y seduce lejos de la bella presencia y rostro de Dios. Que al conseguir que queramos más cosas, buscar más estatus es la manera que Satanás llama nuestra atención lejos de la mirada sagrada que Cristo tiene sobre nuestros corazones y que nuestros ojos debieran tener en su Santa Cruz y su Sagrado Corazón. ¿Qué pasaría si realmente pudieras pedir deseos a una estrella; qué pedirías? ¿Te traería verdadera felicidad? Del tipo que satisfice tu profundo anhelo de gozo verdadero; del tipo que nunca desvanece. ¿O desearías tener tres deseos más? ¿Qué pasaría si te encuentras vencedor de un juego de tiro del hueso de la suerte, qué desearías? ¿Pedirías una larga vida, una familia mejor, ese trabajo de salario impresionante? ¿Te haría eso verdaderamente feliz; darías gracias a Dios que tu deseo se hizo realidad? Qué pasa con el deseo anual cuando cierras los ojos y soplas las velas; deseas algo que te acerque a Cristo; elevaría él su voz en gozo y diría, “Oh hijo bendito de mi Padre – ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas.” Jesús dijo, “cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre”. Que tu deseo te acerque a Cristo, te ayude a producir buen y Santo fruto y que dé gloria sin fin a Dios nuestro Padre. Que vivas feliz para siempre.
Vigésimo Domingo del Tiempo Ordinario