Reflexión del Padre Juan
El pecado del orgullo
(Sermón de San Juan Vianney)
“Yo no soy como los demás” (Lucas 18:11)
Así como el Fariseo también nosotros nos podemos llenar de orgullo y sentirnos de alguna manera mejores que los demás. Este terrible pecado invade los corazones, los oprime y no los deja brillar con el verdadero valor y dignidad de ser hijos amados de Dios. El orgullo es la fuente de todos los vicios y la causa de todos los males que acontecen y acontecerán hasta el final de los siglos. Unos se muestran orgullosos porque creen tener mucho talento y otros porque poseen bienes, posición, influencia, poder, reconocimiento, entre otros. Ante todo esto lo que deberíamos hacer es temblar ante la temible cuenta que Dios nos pedirá algún día. Amadísimos, por un acto de orgullo que solo dura un instante, traemos a nuestras vidas un sinfín de sufrimientos, pesares, angustias, desprecios, ansiedades y dolores; no solo a nuestras propias vidas, sino también a las vidas de nuestros seres queridos. El pecado del orgullo en cuanto más domina a la persona, menos culpable se cree. El orgulloso cree que todo lo hace bien, que todo lo dice bien. Algo muy profundo y maravilloso para meditar y llevar hasta lo más profundo de nuestro corazón es lo que hizo Dios para expiar este terrible pecado, pues Jesús quiso nacer en una familia pobre, en condiciones humildes y al final de su vida, ser desposeído de todo. Jesús para enseñar a sus discípulos en el momento en que ellos estaban preocupados de quien era el más importante entre ellos, tomando una jarra con agua y una toalla se puso a lavarles los pies a todos, para así mostrarles que aquel que quiera ser el más grande, debe servir a todos. El orgullo impide la acción de la Gracia de Dios, la humildad por otro lado la atrae la gracia, la bendición, el amor y la virtud. Mis queridos hermanos, ¿cómo podemos nosotros saber si estamos cayendo en este terrible pecado? Muy fácil, el sentir de nuestro corazón nos lo puede revelar. Cuando empezamos a sentirnos mejores que los demás, cuando sentimos que tenemos el derecho de juzgar, cuando en vez de tener una actitud de agradecimiento, siento que todo lo merezco por mis propios méritos, y especialmente cuando desprecio los mandamientos de Dios porque pienso que yo se mejor y en vez de obedecer a Dios, decido excusar mis malos comportamientos. Señor, ayúdanos a vencer el pecado del orgullo con tu gracia y con tu amor, enséñanos con tu espíritu a vivir en la humildad.