[El ángel le dijo a María] “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios.” ¿Has hallado gracia ante Dios? Es una pregunta para considerar que es profunda a pesar de ser maravillosamente desafiante. Pero antes que intentes responder la pregunta, como María, tomemos un tiempo para meditar sobre la pregunta y luego la llevemos a oración. Permitámonos pensar seriamente por un momento y llevémosla a contemplación exhaustiva. Primero, consideremos quien Dios es, quiénes somos nosotros y cuál es la diferencia. Dios es Dios y nosotros no. Dios es Creador y nosotros su creación. Dios, nuestro Dios, es el Creador del Cielo y de la Tierra, Creador del Sol y de la Luna, Creador de los Planetas y de las Estrellas, Creador del Tiempo y del Espacio, Creador del Universo y de las Galaxias y de todo lo contenido en ellos. Dios, nuestro Dios es completo, perfecto, puro, infinito, sin fin, sin necesidad, inmutable, la primera causa de la existencia. Dios, nuestro Dios, el mismo Dios que no nos necesita, que nuca nos ha necesitado, que todavía no nos necesita, que nunca nos necesitará, aún eligió crearnos en la belleza de su imagen y semejanza – no por necesidad pero simplemente por amor. Incluso cuando lo desobedecimos y fuimos expulsados del Edén, él todavía nos mostró su gran amor pro nosotros al cubrir nuestra vergüenza con su tierno amor y misericordia. Incluso cuando dijimos que no pecaríamos otra vez y le dimos nuestra atención y corazones a ídolos sin vida, Dios a pesar de eso perdonó nuestros pecados y aceptó nuestra oferta de paz. Incluso cuando mentimos y rechazamos la ley de los mandamientos y dimos falso testimonio en contra de su Amado Hijo, Jesús, quien inocentemente se hizo mortal por nosotros y sufrió enormemente por nuestros pecados, fue severamente castigado por nuestras ofensas y murió una muerte dolorosa y vergonzosa por nuestras iniquidades – todavía Dios nos amó, nos deseó y nos perdonó – y aún más sorprendentemente es que Dios todavía nos ama, todavía nos desea y nos perdonará una y otra vez si solo decimos desde nuestros corazones que lo sentimos. Definitivamente hemos hallado gracia ante Dios. Nunca tengas miedo de decirlo. Somos la niña de sus ojos. Cuando visites los lugares santos de Dios y camines en sus sagrados terrenos, como María, no tengas miedo de clamar: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava.” Padre Iván
Tercer Domingo de Adviento