“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor.” Cuando contemplo el Sagrado Corazón de Jesús, me encuentro maravillosamente perdido en la divinidad y en las cosas bellas del cielo. Pierdo todo el sentido y concepto del tiempo, espacio, presencia. Me encuentro apaciblemente fluyendo y deslizándome en el océano del infinito amor de Dios y su tierna, divina misericordia. Es tan maravilloso perder todo sentido de tener que estar preocupado de controlar el tiempo o de preocuparse por lo que viene después o lo que puede o podría pasar mañana o tener que medir el éxito o el progreso. Puedo simplemente ser yo y disfrutar a Dios. Puedo disfrutar la gracia de su sobrecogedoramente inspiradora presencia, de su apacible amabilidad, de su bella hermosura, su increíble amorosa preocupación por mí. Puedo simplemente disfrutar de ser – estar quieto, ser amado, ser yo. Que grandioso y asombroso sentimiento de ser libre. Perderse del mundo y ser encontrado en Dios. Ser encontrado en un gran océano de la santa persona de Dios y en medio de su santa presencia donde soy un mero aliento de humedad. Soy poco menos que una gota de agua en el vasto cuerpo de Dios. Y sin embargo, Dios me conoce. Él me ve en una manera particular. Él me reconoce en una manera única e individual y privada. Dios es increíble. Él puede identificarme, pobre pequeña creada nube de vapor, que soy, de entre toda la humedad, de todo el rocío, de cada gota de agua en el universo. En el océano del amor de Dios, soy fácil y claramente visto por él. El océano de Dios está más allá de toda medida. Nadie puede medir la profundidad o el ancho del amor de Dios. Nadie puede imaginar la altura o la inmensidad de su gran misericordia. Y sin embargo, Dios nos invita a bañarnos y nadar en el océano de su gloria. Cuando miras al Sagrado Corazón de Jesús, ¿qué ves? ¿Puedes sentir el calor de su amor, saborear la bondad de su gracia siempre fluyente, oler la dulzura de su santa inocencia? ¿Puedes imaginarte ser tan amado, tan perfectamente, tan profundamente, tan completamente? Estamos invitados a orar al corazón de Jesús y pedirle por la gracia particular que nuestros propios corazones puedan convertirse en mansos y humildes como el suyo. Estamos invitados a pedir por la gracia de tener una disposición de apacible paciencia especialmente en el medio de las dificultades y momentos de sufrimiento y de irradiar orando y gozosos una postura exterior de pequeñez, humildad, sumisión como Jesús. Padre Iván
Vigésimo Segundo Domingo del Tiempo Ordinario