“Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.” Recuerdo haber visitado el lugar donde mi madre se crió y el entusiasmo de visitar la familia y el ir a Misa que se celebraba en una iglesia hermosa, chiquitita del tamaño de una pequeña capilla. Al entrar a la iglesia, saludé a la comunidad que estaba reunida para Misa y me senté en la parte trasera de la iglesia para encontrar un lugar tranquilo para orar y prepararme para Misa. Era evidente por las miradas y los susurros no tan bajitos que había una discusión que estaba tomando a lugar sobre el extraño en el medio del grupo; el que no pertenecía. Colectivamente decidieron que la identidad del extraño necesitaba ser conocida. Entonces todos se reunieron alrededor mío y preguntaron, “¿quién eres?” Me presenté indicando que era un seminarista de la Diócesis de Orlando que visitaba a mi familia. Era obvio por la mirada en sus rostros que no respondí su pregunta satisfactoriamente. Ellos dijeron, “no, no, no – ¿y de quién eres tú? Bueno, ahí hay una pregunta interesante que no anticipé. ¿De quién soy? El ser de alguien implica una afiliación o una membrecía a un grupo o a una comunidad como a una iglesia o a una familia o puede implicar pertenecer como posesión o propiedad personal. Entonces, ¿de quién eres? Los miembros de la iglesia se me acercaron ese día queriendo saber quiénes eran mis padres – de cual familia soy – de cual familia yo era miembro. Yo tenía una perspectiva totalmente diferente de lo que percibía ellos querían decir con ser de alguien. Inicialmente, como sospecho que la mayoría de la gente lo haría, me ofendí por la pregunta de quién soy porque como la mayoría, no siento que nadie me posee. Eso ha cambiado desde entonces, ya que mi relación con Cristo ha crecido y se ha profundizado. Entiendo ahora un poquito mejor la profundidad del amor de Dios por mi y el alcance del sacrificio que se hizo por mi; fui comprado a un gran precio. El costo de mi libertad y pertenencia vino a costo de gran sufrimiento, persecución y muerte. Cristo murió por mí para que pueda pertenecer a Dios. Y ahora, soy parte de la familia de Dios – soy la posesión especial de Dios como dicen las escrituras, “dice el Señor de los ejércitos, ellos serán mi propiedad personal.”  Entonces, ¿de quién eres tú? Padre Iván