Por: San Ignacio de Antioquía

No permita Dios que permanezcamos insensibles ante la bondad de Cristo. Si él imitara nuestro modo ordinario de actuar, ya podríamos darnos por perdidos. Así pues, ya que nos hemos hecho discípulos suyos, aprendamos a vivir conforme al cristianismo. Pues el que se acoge a otro nombre distinto del suyo no es de Dios. Arrojad, pues, de vosotros la mala levadura, vieja ya y agriada, y transformaos en la nueva, que es Jesucristo. Impregnaos de la sal de Cristo, a fin de que nadie se corrompa entre vosotros, pues por vuestro olor seréis calificados. Todo eso, queridos hermanos, no os lo escribo porque haya sabido que hay entre vosotros quienes se comporten mal, sino que, como el menor de entre vosotros, quiero montar guardia en favor vuestro, no sea que piquéis en el anzuelo de la vana especulación, sino que tengáis plena certidumbre del nacimiento, pasión y resurrección del Señor, acontecida bajo el gobierno de Poncio Pilato, cosas todas cumplidas verdadera e indudablemente por Jesucristo, esperanza nuestra, de la que no permita Dios que ninguno de vosotros se aparte. ¡Ojalá se me concediera gozar de vosotros en todo, si yo fuera digno de ello! Porque, si es cierto que estoy encadenado, sin embargo, no puedo compararme con uno solo de vosotros, que estáis sueltos. Sé que no os hincháis con mi alabanza, pues tenéis dentro de vosotros a Jesucristo. Y más bien sé que, cuando os alabo, os avergonzáis, como está escrito: El justo se acusa a sí mismo. Poned, pues, todo vuestro empeño en afianzaros en la doctrina del Señor y de los apóstoles, a fin de que todo cuanto emprendáis tenga buen fin, así en la carne como en el espíritu, en la fe y en la caridad, en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu Santo, en el principio y en el fin, unidos a vuestro dignísimo obispo, a la espiritual corona tan dignamente formada por vuestro colegio de presbíteros, y a vuestros diáconos, tan gratos a Dios. Someteos a vuestro obispo, y también mutuamente unos a otros, así como Jesucristo está sometido, según la carne, a su Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, a fin de que entre vosotros haya unidad tanto corporal como espiritual.