“El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció.” Desde el inicio… cuando Dios creo el cielo y la tierra y dijo: “Que exista la luz”, hay un contraste distinto, una diferencia, una tensión entre la luz y las tinieblas.  Escuchamos que la luz es buena y Dios separa la luz de las tinieblas.  La luz nos recuerda a Dios, a la verdad, a la bondad. Buscamos la luz, la anhelamos, deseamos su belleza.  Las tinieblas por el contrario, nos recuerdan el mal.  Es algo que tendemos evitar, no nos interesa la oscuridad.  No podemos ver cuando está oscuro.  No sabemos a dónde vamos.  No nos interesan las sorpresas, las cosas que están ocultas, las cosas que no podemos ver, el mal que se esconde en la oscuridad.  El pecado nos acuerda a la oscuridad.  Cuando pecamos, nos separamos de la gloria y bondad de la luz de Dios.  Estamos divididos de la Luz que brilla sobre nosotros incluso en la oscuridad de este mundo, hasta en los tiempos más oscuros.  Pero, “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”.   La Luz de la Palabra ha venido a nosotros para disipar nuestras tinieblas, para sanar nuestras heridas, para perdonar nuestros pecados, para bañarnos en su luz.  Nuestro Señor ha traído su luz, su amor, su vida.  Él trae el calor de su amor para cubrir este frío mundo oscurecido por el pecado.  El viene a sanar todos los que están separados de su amor.  En la oscuridad, el Señor nos llama por nuestros nombres.   Él nos atrae con los rayos de su amor, guiándonos hacia su gloriosa luz.  Esta luz desea penetrar en las tinieblas de nuestro mundo, penetrar la oscuridad de nuestros corazones, perforar lo que ha sido herido y sanar todo lo que ha sido dividido.  El Señor ha venido a reformarnos a su imagen, a ajustarnos a su voluntad, transformarnos una vez más en sus hijos; los hijos de la luz.  Que deseemos su gloriosa luz que quema brillante en nosotros y cuando experimentemos un momento de angustia, podemos orar con fe y con confianza: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo?” La paz y bendiciones de Dios siempre, Padre Iván