“Ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo.” Estas palabras pronunciadas por nuestro próximo intelectual de la historia de la Iglesia capturan la esencia de su vida y misión. Nacido en el año 347 d.C. en lo que es actualmente Albania, Jerónimo creció en una familia católica. Sus padres le proporcionaron una buena educación en su juventud y hasta lo enviaron a Roma para que siguiera estudiando. Jerónimo recibió el sacramento del Bautismo en el año 366 d.C. a la edad de 19 años y comenzó a vivir una vida de intenso estudio, ayuno y oración. Se fue a vivir con un grupo de cristianos al norte de Italia antes de trasladarse al este, donde se convirtió en un eremita residiendo en las cuevas del desierto de Siria. Fue durante este tiempo que Jerónimo, que tenía un don natural para los idiomas, aprendió griego y hebreo para entonces transcribir textos antiguos. El joven romano también dedicó gran parte de sus energías a la oración y al arrepentimiento. En sus primeros años, luchó contra varios vicios, uno de los cuales era el pecado de la ira. Jerónimo tenía un genio vivo, un tono sarcástico y a menudo maldecía o usaba palabras groseras cuando se enojaba. También tenía poca paciencia para la estupidez o la superficialidad. Esto le hizo tener varios enemigos a lo largo de su vida, particularmente en Roma, donde era repugnado por el clero y los oficiales paganos. Para combatir este pecado de la ira, Jerónimo llevaba una piedra consigo dondequiera que fuera. Cada vez que maldijera o cometiera un pecado contra la caridad, usaba la piedra para golpear su pecho como penitencia por sus acciones. Ya por el fin de su vida, su pecho había desarrollado callos y cicatrices por la frecuencia de los golpes. Jerónimo, y de hecho todos los santos, eran humanos. Tenía problemas personales que tuvo que superar a lo largo de su vida. Sin embargo, lo que lo hizo santo no fue que estuviera sin pecado, sino que era un pecador que hacía lo mejor que podía. Reconoció sus defectos y buscó constantemente mejorarlos volviéndose hacia Dios en constante oración, ayuno y estudio. En el año 385 d.C., Jerónimo, de 38 años, peregrinó a Tierra Santa y Egipto. Al año siguiente visitó la ciudad de Belén, donde tuvo un encuentro profundo con el Señor. El joven sacerdote decidió hacer Belén su hogar. Allí vivió hasta su muerte en el año 420 DC, dedicándose a lo que se convertiría en una de las tareas más importantes de la historia occidental: la traducción de la Biblia al latín. Hasta este punto, las escrituras estaban en griego y hebreo, haciéndolas inaccesibles para muchos cristianos. Jerónimo trató de remediar esta cuestión proporcionando la primera traducción de la Biblia 1000 años antes de que naciera Martín Lutero. Es gracias a los esfuerzos de San Jerónimo que el continente europeo y eventualmente toda la civilización occidental fue capaz de leer, enseñar y producir la Biblia para las masas.