“Mujer, aquí tienes a tu Hijo”

Este último artículo sobre la Santísima Virgen María se dividirá en dos partes, las cuales serán una exposición de la interacción entre Cristo y su Madre en el Calvario. Una de las fallas fundamentales del protestantismo contemporáneo es la reducción de la Madre Santísima y su rol en el proceso de salvación. Algunas denominaciones protestantes la ven como nada más que un recipiente temporal, una especie de placa de Petri divino usado por Dios para auto-cultivar su propia humanidad y así entrar en la esfera física. Sin embargo, la tradición cristiana original (también conocida como catolicismo) siempre ha considerado su significado en su totalidad. De hecho, la Anunciación y la Natividad de Cristo son entendidas como el comienzo de la misión de María. En verdad, la plenitud del rol de María en la historia de la salvación se revela al pie de la cruz. En ese momento, de los labios ensangrentados de nuestro torturado Salvador, oímos una impresionante declaración dirigida a María y a San Juan Apóstol: “¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!” (Jn 19,26). Estas no son simplemente las palabras de una adopción temporal o una forma de seguro social de la antigüedad para asegurarse de que María será cuidada en su vejez. Cristo está haciendo un decreto oficial sobre el rol de la Madre Santísima en el cristianismo. Hay dos puntos de interés en este pasaje. Primero, Jesús se dirige a María antes que a Juan. Esto no es una coincidencia. Como todo en la vida de Cristo, esto también es por designio. Se le habla primero a María porque ella es la primera recipiente de la gracia de Cristo crucificado. Ella es la profetizada “Hija de Sión” (Is 62,11, Mic 4,13, Zac 9,9) que recibe la gracia del Dios crucificado indefectible y definitivamente en nombre de Israel y toda la creación. Ella es la creación de Dios por excelencia, incorrupta y por lo tanto capaz de aceptar incondicional y libremente el amor sacrificial de su Hijo. Su “sí” al sacrificio de Cristo es lo que hace posible nuestro “sí”. Porque, si ella no hubiera estado presente en la Crucifixión para testimoniar y aceptar el sacrificio de su Hijo, que es la gracia más definitiva del Padre a la humanidad, entonces ninguna otra persona humana podría participar en el fruto de su salvación. Esto ilumina el segundo punto de este pasaje. Jesús se dirige a María como “Mujer” (Γύναι). El Señor reconoce a la Santísima Virgen en este momento como algo más que su madre biológica; ella es mujer, la mujer que está por encima de todas las demás mujeres. Así como Dios formó a Eva del costado de Adán en el Huerto del Edén llamándola su “mujer” (Gn 2,22), así también ahora, el nuevo Adán mira hacia abajo a la Virgen que será creada de Su costado traspasado, la nueva Eva, llamándola “mujer”(Jn 19,26). De su devoción nace Mater Ecclesia: Madre Iglesia.