“Hagan Todo lo que Él les Diga”

“Hagan Todo lo que Él les Diga ” (Jn 2,5). Estas palabras pronunciadas por la Madre Santísima en la boda de Caná encapsula toda la vocación de María. Cada palabra y acción de su vida señala hacia su Hijo. Su corazón es tan enteramente cristiano (de la palabra griega christianoi que significa “pertenece a Cristo”) que sólo puede conducirnos a Jesús. Dicho esto, esta interacción entre Nuestra Señora y Jesús representada en el Evangelio de Juan es rica en contenido espiritual. Tenemos que recordar que el Evangelio de Juan es el más antiguo de los cuatro evangelios al componerse alrededor del año 90 d.C. El Evangelio de Juan, por lo tanto, representa una reflexión teológica altamente madura sobre la persona de Jesucristo y su misión. Es por esta razón que encontramos ciertos eventos y analogías de la vida de Jesús sólo en los escritos de Juan.  El apóstol no está inventando historias adicionales sobre Jesús, sino que su comunidad destaca aspectos particulares del ministerio del Señor que captan más eminentemente la esencia de la persona de Cristo y su identidad como el “Verbo hecho carne que habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Así que, el Evangelio de Juan representa las reflexiones místicas profundas de una comunidad cristiana madura sobre el misterio de la Encarnación. En este paradigma avanzado se incluyen dos interacciones entre Jesús y su Madre: La fiesta de la boda de Caná (Jn 2,1-12) y la conversación en el Gólgota (Jn 19,26-27). Reflexionaremos sobre el segundo evento en nuestro artículo final, pero el lector reconocerá rápidamente que estas dos interacciones, una que marca el inicio del ministerio de Cristo y la otra que consuma ese mismo ministerio, están intrincadamente entrelazadas. El primer milagro de Jesús se realiza en una boda. Este no es un detalle menor. Al llamar nuestra atención a este hecho importante, Juan nos da la visión para interpretar la totalidad de la misión de Jesús. Como hemos mencionado antes, Cristo es el nuevo Adán que ha venido a unirse a su pueblo Israel. Sin embargo, el nuevo Adán necesita una nueva Eva: ésta es la infraestructura de la creación y la salvación. Al asumir el género de un varón al hacerse carne, Dios se coloca a sí mismo en una postura que por necesidad exige la cooperación de otro. No cualquier otro, sino el otro que es su “ayudante-compañera”, es decir, Eva (Gen 2,18). Por eso María está presente en este momento crucial de la vida de Cristo. Además, su presencia no es coincidente ni accidental. Más bien, ella desempeña un rol vital en la propulsión de la acción milagrosa de Jesús. Donde la primera Eva fracasó en llamar a Adán a la grandeza, la Nueva Eva tiene éxito al sacar a relucir del Nuevo Adán una manifestación de su gloria. Esta es el labor constante de la Virgen: ser ese principio guía que abre los ojos de la humanidad a la gloria de su Hijo.