“Todas las generaciones me llamarán feliz”

Inmediatamente después de que Isabel declarara la bienaventuranza de María entre todas las mujeres, la Virgen estalla en un canto de alegría, alabando a Dios por su fidelidad y misericordia. Este cantico de alabanza es una de las oraciones más bellas en la historia del cristianismo. De hecho, las palabras de Nuestra Señora en Lucas 1, 46-55 se han convertido en una devoción fundamental en la piedad de la Iglesia, que millones de cristianos han repetido a lo largo de los siglos como un resumen perfecto del sentido de gratitud del alma ante la grandeza del amor de Dios. María empieza diciendo: “Mi alma proclama la grandeza del Señor” (Lc 1,46). La palabra griega utilizada para “proclamar” es megalunó, un verbo que proviene de la palabra raíz megas, cuyo significado literal es “magnificar (como en una ‘lupa’), ensalzar o agrandar”. Así, en la primera línea de este cántico vemos revelada una característica esencial de la Santísima Virgen María: de ella es el corazón que “magnifica”, pone en pleno enfoque, la respuesta de la humanidad a la salvación que Dios desea compartir con el mundo en la persona de Jesucristo. De hecho, ¿no fue de sus labios que la raza humana dijo “Sí” a la voluntad de Dios? El mundo entero esperaba la respuesta de María en Nazaret; toda la creación contuvo su respirar anhelando que la Virgen aceptara su destino. San Buenaventura capta bien este sentimiento en un sermón que escribió a Nuestra Señora: “El precio de nuestra salvación se te ofrece a ti. Seremos liberados de inmediato si das tu consentimiento. Adán, lleno de lágrimas, con su familia afligida, te lo suplica, oh amantísima Virgen….porque de tu palabra depende la salvación de todos los hijos de Adán, de toda tu raza”. María sabe que significa para ella la aceptación de la voluntad de Dios: “En adelante todas las generaciones me llamarán feliz” (Lc. 1,48). No dice estas palabras por orgullo, sino desde una disposición de humillación y sorpresa. “Porque Él miró con bondad la pequeñez de tu servidora….El Todopoderoso ha hecho en mi grandes cosas y ¡santo es su Nombre!” (Lc 1,48-49). Ella reconoce verdaderamente el nivel de dignidad al que Dios la ha elevado. Su deseo es simplemente amarlo y verlo adorado. Sin embargo, por una razón más allá de su entendimiento, Él ha escogido exaltarla junto a su Hijo. Él la ha escogido para que sea la personificación de “la Hija de Sión” (Sof. 3,14) y ahora, a través de su confianza en Su voluntad, ayudará a “Israel, Su siervo, según Su promesa a Abraham” (Lc. 1,55). ¿Cómo es posible que alguien pueda cuestionar el honor dado a la Santísima Virgen María por el mismo Dios? ¿Cómo podríamos llamarnos cristianos si somos desobedientes en el amor de Dios por esta mujer a la que todas las generaciones llaman feliz?