San Maximiliano Kolbe dijo: “Si los ángeles pudieran sentir celos, estarían celosos de una cosa… la Eucaristía”. Mencioné en el primer artículo que la Santa Misa no es sólo algo que hacemos como católicos. Más bien, está en el centro de la experiencia cristiana. Sin Eucaristía, no hay Cristianismo. Podemos apreciar esta realidad ahora que ya hemos pasado por una breve reflexión sobre la sagrada liturgia. Cuando Dios se hace carne en la Persona de Jesucristo, Él verdaderamente se entrega al mundo. Se entrega a los seres humanos como ser humano para que Él pueda entrar en las profundidades de Su creación y renovarla de hacia adentro. Él se sacrifica, se “santifica”, en el mundo por medio de la Cruz, sometiendo a Sí mismo todas las cosas para que Dios sea todo en todos (1 Cor. 15, 28). Este acto de sacrificio, en que lo divino se derrama hasta la última gota de sangre, atraviesa el espacio y el tiempo fundando una realidad supra-histórica en el mundo, que es, el “Cuerpo de Cristo”, la Iglesia católica. La Iglesia es el sacramento de Cristo; la continuación del ser de Cristo en el mundo. Como católicos, no somos simplemente discípulos de Jesús; somos miembros de la misma persona de Cristo, participando en su vida. Dios no habita en los cielos distantes, alejado de los acontecimientos del mundo. Él continúa viviendo dentro de Su creación a través de Su Cuerpo místico en lo cual ha escogido perpetuar Su acto de sacrificio. El principal medio de preservar este acto de salvación en el mundo es la Santa Misa, la Eucaristía. “Tomad y comed todos de él, porque esto es MI cuerpo, que será entregado por vosotros” (Mt. 26, 26). Con estas palabras, Cristo establece un conducto de comunión constante con su Iglesia, además de un canal de gracia por el cual ella puede participar en Su comunión con el Padre y el Espíritu Santo. Verdaderamente, en la Eucaristía, Dios se hace todo en todos. Cuando vamos a misa, estamos entrando en el evento más grande de la historia del mundo. No es un truco o una actuación estática que recrea una cena importante. Es una continuación explícita y necesaria del ministerio de Jesucristo. Se resume muy bien en la cuarta Plegaria Eucarística cuando el sacerdote dice: “Dirige tu mirada, Señor, sobre el sacrificio que Tú mismo has preparado a tu Iglesia…“. Asistir a Misa y celebrar la Eucaristía es compartir en la actividad del proprio Jesús, el sacrificio perfecto que Dios mismo ha proveído para la Iglesia. Por eso vamos a misa sobre todo lo demás, para participar en el sacrificio de Jesús.