Después de la caída del Imperio Romano del Occidente en el año 476 d.C., el continente europeo sufrió un período de caos total. El gobierno institucional fue reemplazado por la anarquía, las incursiones violentas eran frecuentes, el sistema educativo estaba en ruinas y la fe cristiana fue reprimida. La civilización occidental necesitaba nada menos que un milagro para recuperarse de esta tragedia. Afortunadamente, ese milagro llegó en la forma más improbable… un jovencito llamado Benito. Nacido en 480 d.C., creció en medio de las ruinas despedazadas de un imperio antes poderoso. Benito presenció de primera mano la devastación de las invasiones bárbaras que habían destruido la forma de vida de su pueblo. Durante años él y su familia esperaban que alguien sacara al imperio romano de las cenizas de la destrucción y reconstruyera su civilización; no se imaginaba que sería él. A la edad de veinte años, Benito fue enviado a estudiar a la ciudad de Roma, pero halló que la vida allí era superficial y promiscua. Aunque sobresalió en sus estudios, su corazón no encontró satisfacción en el ambiente académico. En búsqueda de algún propósito, Benedicto huyó a una cueva en las montañas de los Apeninos donde vivió los siguientes tres años en soledad. Poco se sabe de este período en la vida del santo, excepto que pasó por una gran conversión de mente y alma. San Gregorio Magno en su renombrada biografía La Vida de San Benito simplemente afirma que Benito entró en la cueva como un niño y la dejó como un hombre. Se reincorpora a la sociedad con un nuevo modo de vida que hasta ahora no se había probado en la historia del mundo, y este modo de vida re-civilizará la Europa Occidental. Benedicto afirma que la respuesta a la reforma de la civilización es el monaquismo. El mundo había olvidado cómo vivir, cómo ser humano y, sobre todo, cómo amar a Dios. El joven ermitaño volvería a enseñar al mundo estos principios básicos formando comunidades localizadas de monjes que harían oración, trabajo y estudio. Al hacerlo, sus monasterios se convertirían en centros de cultura donde cada hombre, mujer y niño podría ser introducido a la profundidad de la santidad. Aprenderían a leer y escribir, plantar y cosechar, construir y pintar. Sobre todo, los monjes enseñarían a la gente a cantar y orar, reorientando así sus vidas hacia Dios y proveyendo una base segura sobre la cual reconstruir sus ciudades destrozadas. San Benito escribió lo que resultó ser uno de los libros más importantes de todos los tiempos, La Regla de San Benito. El libro es corto y fácil de leer. Su propósito es simple, dar un estándar de vida diaria para ordenar la propia vida. Aunque dirigido a los monjes, sus principios de humildad, obediencia, ética del trabajo y oración pueden ayudar a cualquier cristiano.