“Los discípulos subieron al monte donde Jesús les había ordenado.”  En un momento u otro, la mayoría de nosotros hemos escuchado el mandato: “ve a tu cuarto”.  Esta es una orden directa dada a nosotros como resultado de no cumplir con lo que se nos había pedido; que es ser bueno, escuchar, ser obediente, hacer lo que se nos dice. Pero cuando Jesús nos ordena a ir a la montaña, él nos está pidiendo que vallamos al cuarto interior de nuestros corazones y orar al Padre. Esto no es un castigo sino un privilegio y una bendición.  Jesús extiende una invitación a cada uno de nosotros para que experimentemos más plenamente momentos en la oración de profunda intimidad, momentos de profunda paz, momentos de consolación divina, silenciosos momentos para compartir nuestros pensamientos, nuestra alabanza, nuestros gozos, nuestras dificultades con Dios.  En oración, cumplimos el mandamiento de amar y experimentar el amor que Dios tiene por nosotros. Pienso sobre este precioso regalo de la oración y la gracia de poder ponernos en la presencia de Dios; de estar en Santa Comunión con Dios en el silencio de nuestros corazones. Qué hermoso pensamiento, que maravilloso regalo. Es entonces que podemos pedir a Dios que esté con nosotros, que reciba de nosotros, que tome de nosotros, que nos llene, que nos perdone, que nos sane, que nos ame, que nos mire y esté con nosotros. Que hermoso pensamiento. Contemplo como la Virgen María nos invita a orar.  Su corazón siempre está abierto a Dios; ella permanece por siempre a su disposición. Su corazón y sus brazos abiertos a Dios; tan receptiva, tan obediente a Dios y a su santa voluntad.  Amo cuando nuestra Madre Bendita nos manda a hacer lo que Jesús nos dice.  Es por amor a Dios y amor a nosotros que María nos ordena; es por nuestro propio bien.  Sus propias palabras y acciones nos animan a permanecer abiertos, atentos y receptivos a los clementes dones de Dios y a su santa voluntad.  Pienso sobre las veces en que me pidieron que orara; las veces que fui forzado a entrar a ese cuarto interior en mi corazón; las veces en que me pidieron ser vulnerable y obediente a los mandamientos de Dios. Es en esos momentos que sentí más el amor y la sanadora presencia de Dios. Los momentos en que hice lo que dependí más de Dios. Los momentos en que estaba susceptible a su gracia. Los momentos que me sentí más libre y unido con Dios.  ¡Por lo que te ordeno, ve ahora! “Ve a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre.”  ¡Es por tu propio bien!  Padre Iván